Microblau, la historia (2ª parte) #Microblau20años

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Microblau, la historia (2ª parte) #Microblau20años

Esta es la segunda parte de una serie de textos escritos por Jaume Mercader, CEO y cofundador de Microblau, donde nos expone desde un punto de vista muy personal la historia de la compañía en nuestro 20.º aniversario. Aquí podéis leer el primer artículo.

Es agosto, puede que del 2000 o 2001, el recuerdo ya queda difuso.

Y me parece que la historia acelera…

El sol de verano cae barriendo la vida.

De lejos, la furgoneta vuela a ras del suelo.

En el plano de cámara de esta película se ve una larga carretera. La cámara enfoca el asfalto que serpentea, y deja ver algún que otro trozo de mar, evaporándose humeante.

Lejos, primero el polvo. Después, un pequeño punto blanco en forma de furgoneta que aparece dentro de la nube que se hace grande. Grande, a medida que se acerca.

Primer plano.

La cámara mira el capón. Poco a poco, va subiendo hasta fijarse en la totalidad del cristal de delante. Se ven sus dos ocupantes. Sus dos caras sonriendo. Los hombres, concentrados, absortos.

La C15 con sirena (ya nos hubiera gustado porque falta nos hacía la sirena) derrapa pendiente abajo quemando los neumáticos Michelin primera generación, que humean gruñendo sobre el verano que empieza y que nos arranca ya las terceras vacaciones sin ningún tipo de miramiento.

Como copiloto, Joan Forrellat marcando el raasss de las curvas mientras en la trastienda del Citroën los discos duros rebotan marcando el ritmo del baile “La Anómina del Bit SA” que se ha ubicado espontáneamente en el cajón trasero, dejando claro que en esta época los discos duros no están para tonterías. Son grandes, robustos y prácticamente indestructibles. Te hablan de tú i los respetas sin que tengan que levantar la voz, mientras bailan dentro de la furgoneta blanca.

Y encaramos la recta final de llegada. El cliente espera en la calle. Espera saltando como si lo hubiera picado una araña negro o Latrodectus mactans, poniéndose las manos en la cabeza simulando una urgencia que no ha existido nunca, pero que para él es vital. Y lo entendemos.

El radiador agónico de nuestro vehículo-cohete sube de temperatura y suplica piedad mirando a los ojos del ventilador y rogándole por favor que se encienda ya o que “el público se va”.

En el Microblau headquarter el ambiente de tabaco, lo reitero, inundaba todos los rincones. Ya teníamos bastantes mesas, aunque no todas eran de Microblau. La empresa de Toni Brei y sus secuaces que aún no sabemos muy bien qué es lo que hacían, ocupaban una parte del espacio. Era el primer coworking: compartíamos gastos, ilusión y sueños.

Habíamos montado nosotros mismos y a golpe de manual impreso una centralita de teléfono Panasonic de dos líneas. Los números 7264199 y 7264289, sin el 93 delante, eran nuestros teléfonos, que compartían la línea con nuestro fax. Un fax que había heredado del módem Robotics con el ruido ese briii-brii-briiiipp y que al escucharlo ya imaginaba el pedido. Ya es Navidad. Dentro de la sala de reuniones, los seis componentes del equipo de Microblau de ese momento nos jugábamos los regalos que los proveedores nos habían dado, en una partida larga de un parchís de 6 que habíamos comprado. Acompañábamos la partida bebiéndonos una botella de whisky Dyc “que no se ahoga en un vaso de agua” e inflándonos de Marlboro normal, ni light ni hostias. Con la puerta cerrada, procurábamos que no se escapara ni una gota de humo de la pequeña sala, no fuera que le diéramos una tregua al pulmón.

Esa tarde cercana a la Navidad, era la única tarde de viernes del año que hacíamos fiesta. Y qué fiesta…

Y aunque no fuéramos conscientes, eso iba en serio. Esa pequeña empresa que estaba a aún en pañales ya decía alto y claro que pensaba dejarnos huella.

¡¡Volamos sin capa!! ¡¡Luchamos sin espada!! ¡¡Ganamos sin matar!! Somos los héroes del bit, o al menos así nos sentimos y caminamos hacia delante.

Y eso funcionaba. Bueno, funcionaba porque teníamos trabajo, y mucho, pero lo que se dice pasta, pasta, el negocio dejaba bien poca. 


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